
Los proyectiles abandonan el cañón, a velocidades de 280 m/s a 1.000 m/s (según las armas, los calibres y los tipos de cartucho utilizados) y se desplazan describiendo trayectorias curvas. Luego de alcanzar la altura máxima, su velocidad de caída se incrementa, siendo al instante de precipitarse a tierra, suficiente para lastimar o matar a un ser humano.